miércoles, 29 de junio de 2011

CAPÍTULO XII. LA ROMAREDA TOMA EL RELEVO

El ocho de septiembre de 1957 se inauguró el campo municipal de la Romareda. La construcción de un nuevo estadio era necesaria por la proyección del equipo y por una afición floreciente que no tenía cabida en unas instalaciones tan vetustas como las de Torrero. Su edificación culminaba uno de los más importantes ensanches de la ciudad y se ubicaba junto a la Feria de Muestras, que también se iba a ver relanzada en los años sesenta. El partido que abrió la nueva era futbolística de la ciudad tenía también un aliciente especial para la futura familia Ortiz Remacha.

El Real Zaragoza acudió al presidente de Osasuna para que los navarros disputasen el encuentro inaugural y le encargaron a mi futuro suegro Pablo la copa que se llevaría el ganador del partido. Aunque el Zaragoza consiguió la victoria, el entonces presidente del club y futuro alcalde de la ciudad, le ofreció el trofeo a los pamploneses en señal de cortesía y buena vecindad. No se imaginaba el bueno de Cesáreo Alierta que en aquel momento despojaba al Real Zaragoza de una auténtica obra de arte. Que yo sepa, aquella era la única copa en hierro forjado que pudiera existir en las vitrinas de un club.

El fútbol hizo desaparecer paulatinamente al locutor de continuidad y le aproximó a las transmisiones futbolísticas que tuvieron su cénit en la época de los «cinco magníficos». Aunque continuó hasta el final presentando programas musicales, concursos y magacines, esta faceta pasó a un segundo piano dado el interés de los partidos y el tiempo que invertía en los desplazamientos. Su comienzo en «Carrusel Deportivo Terry» desde el campo de Torrero con Vicente Marco, hipotecó los domingos en Zaragoza, de la misma forma que los viajes para seguir al equipo de fútbol le ocupaban los fines de semana cada quince días. En Carrusel permaneció casi treinta años, junto a profesionales de la talla de Juan de Toro, Joaquín Prat, Pepe Bermejo, Juan Tribuna, Fuentes Mora, Miguel Domínguez o Chencho.

 
El cambio a la Romareda fue un alivio aunque la nueva cabina de la Romareda no era mayor que la de Torrero, pero para sentarnos el técnico y yo era suficiente. El Zaragoza era un recién ascendido y la explosión radiofónica tardaría todavía tres o cuatro años en llegar, gracias a la buena marcha en la liga y a los títulos nacionales e internacionales conseguidos. El estadio era amplio, funcional y cómodo, el tranvía llegaba hasta allí y la gente cuando el tiempo era bueno, se acercaba andando a la Romareda. Yo solía hacer una parada en el bar de «Paco el Botas», que se llamaba Gymkana, tristemente desaparecido.

Yo recuerdo también ese bar, donde hacía una «parada técnica» con mi padre en los partidos de septiembre y junio, al comienzo y al final de la liga. Y nunca me olvidaré que uno de esos días fui testigo del debut de Lobo Diarte en la Romareda, compartiendo alineación con Arrúa y Ocampos. Como tampoco se me borrará de la memoria el rito de bajar al portal de casa y que nos recogiera con su flamante Seat 124 Luis Nápoles para ir a buscar a Manolo Muñoz a la avenida Tenor Fleta y de allí a la Romareda.

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