domingo, 5 de junio de 2011

CAPÍTULO XVIII. EL "ONDAS" AL MEJOR LOCUTOR


Los años sesenta fueron extraordinarios, con una apertura al exterior de nuestro país imposible para la gran mayoría de los españoles, y al Aragón profundo de los pueblos. El entonces director de Radio Zaragoza, Julián Muro Navarro, le propuso viajar por los pueblos de Aragón para que su voz tuviera rostro en centenares de localidades donde la radio era su única conexión con el mundo. El resultado en los programas cara al público y los concursos realizados en el Pasaje Palafox, pronosticaba un éxito arrollador. De ese modo, el programa «Por las tierras de Aragón», se prolongó durante más de dos años, convirtiendo su vida en un auténtico peregrinaje por caminos de tierra, carreteras, estaciones y aeropuertos: de Leeds se marchaba a Monzón, de Alfajarín a Salónica, de Turín a Remolinos... el colofón fue la Copa del Mundo de 1966 en pleno éxito del Real Zaragoza en la Copa de Ferias. Desde la dirección de la emisora se solicitó el Premio Ondas, un galardón muy difícil de obtener por los profesionales que concurrían y la juventud del locutor, tan solo treinta y cuatro años.

Casi tenía olvidado el asunto cuando, una noche de finales de septiembre, me llamó a casa Lisardo de Felipe, que unos años más tarde llegaría a ser redactor jefe de Radio Zaragoza y posteriormente jefe de prensa de las Cortes de Aragón. Con la voz atenuada por los nervios, me comunicó que lo había conseguido y que le alegraba mucho ser él quien me lo comunicase.

Los días siguientes, las fotografías y los reportajes publicados en la prensa local, dispararon todavía más su popularidad. Eran momentos de felicidad, de éxito, que llegaron a su culminación con la ceremonia de entrega en Barcelona, cuna de los premios Ondas, junto a profesionales de la comunicación, músicos, actores y otras estrellas internacionales del espectáculo.

No recuerdo al resto de compañeros premiados en las distintas modalidades, porque todos quedábamos anulados ante la presencia de Roger Moore, galardonado por su interpretación del personaje de «El Santo», una serie de televisión de gran éxito en esos momentos. Tuve la suerte de recoger mi premio, durante la cena de gala de entrega de los Ondas, justo antes de Roger Moore. Recibí la pesada estatuilla (un águila sobre una columna y un pedestal de mármol), que casi se le cae de las manos a la anciana señora que me lo ofrecía con la súplica en sus ojos de que lo cogiera pronto.
Me volví y tropecé con aquel simpático gigantón que me llevaba casi treinta centímetros de altura. ¡Qué impresión! «El Santo» se quedó quieto delante de mi, aplaudió y luego me dio una cariñosa palmada en la cara antes de recoger su premio. Allí estábamos los dos, delante de todo el mundo, cara a cara en una situación que jamás había pensado sucediese.

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